La crisis del Realismo en esta época también se comprueba en la prosa que ofrece junto a los relatos convencionales otros pasajes más descriptivos, líricos o ensayísticos en los que las fronteras genéricas empiezan a ser difusas: La prosa ensayística ocupa un lugar muy importante y sirve de cauce a las inquietudes existenciales y sociales de muchos escritores entre los que destacan los REGENERACIONISTAS (Joaquín Costa, Ángel Ganivet) que proponen reformas sociales y políticas.
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PÍO BAROJA es el novelista por antonomasia del Grupo del 98. Es
un hombre de talante solitario y amargado usando su pesimismo sobre el hombre y
el mundo con una gran ternura hacia los seres desvalidos. Esto y su absoluta
sinceridad completan los rasgos de su temperamento. Tales rasgos explican el
PESIMISMO EXISTENCIAL, y el esceptismo de ser obre que nos presenta un mundo
que carece de sentido y una vida que resulta absurda en la que no cabe ninguna confianza en el
hombre, y donde el HASTIS VITAL caracteriza a muchos de sus personajes.
Baroja concibe la novela como un género multiforme y proteico que abarca todo (el libro filosófico, el psicológico, la aventura…). Estamos ante la novela ABIERTA.
Consecuencia de ello es su DESPREOCUPACIÓN por la COMPOSICIÓN: Estaba en contra de los novelistas que parten de un argumento cerrado y definitivo y sus novelas presentan una marcha disgregada que permite muchos cambios. Esta aparente “desorganización” es la forma particular que Baroja tiene de organizar la materia novelística. Para él, las cualidades de un novelista deben ser la INVENCIÓN, la IMAGINACIÓN y la OBSERVACIÓN, que le alejan de la postura de un autor de novelas de tesis.
Su ESTILO muestra la tendencia antirretórica del 98 y el resultado es una prosa rápida, nerviosa con cierto tono amargo. Aspectos concretos de su estilo son la preferencia por la FRASE CORTA y el PÁRRAFO BREVE. Esto explica la VIVEZA y AMENIDAD de sus relatos donde cobran gran relieve sus DESCRIPCIONES que en general son pinturas rápidas y escuetas y la AUNTENTICIDAD CONERSACIONAL de sus DIÁLOGOS.
Baroja escribió más de sesenta novelas, muchas de las cuales se agrupan en trilogías como “Tierra Vasca” (“La casa de Aizgorri”, “El mayorazgo de Labraz”, “Zacalaín”, “El aventurero”), “La vida fantástica” (“Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox”, “Camino de Perfección” y “Paradox rey”), “La lucha por la vida” (“La busca”, “Mala hierba”, “Aurora roja”), “La raza” (“El árbol de la ciencia”, “La dama errante”, “La ciudad de la niebla”). “El mar” (que excepcionalmente consta de cuatro novelas: “Las inquietudes de Santhi Andía”, “El laberinto de las sirenas”, “Los pilotos de altura” y “La estrella del capitán Chimista”) y “Las ciudades” (“César o nada”, “El mundo es ansí” y “La sensualidad pervertida”).
Entre 1913 y 1935, Baroja quiso desarrollar una serie de novelas más extensas titulada “Memorias de un hombre de acción”, cuyo protagonista es Eugenio de Avinarete y que agrupa veintidós novelas.
Son apasionantes sus memorias tituladas “Desde la última vuelta del camino” que confirman sus dotes de narrador.
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AZORÍN compone novelas muy peculiares próximas al género del
ensayo (“La voluntad”, “Antonio Azorín”, “Las confesiones de un pequeño filósofo”)
en las que, con abundancia de rasgos autobiográficos da rienda suelta a
reflexiones muy diversas y a evocaciones del paisaje, todo ello entrelazado por
un tenue hilo argumental. Ideológicamente esta obras se caracterizan por un
individualismo escéptico, un acusa intelectualismo, una visión literaturizada
de la vida, un ambiente de resignación melancólica, una profunda angustia ante
el paso del tiempo y un profundo hastío vital. En estas obras parece como si el
tiempo se hubiera detenido y no hubiese habido evolución histórica. El
detallismo de estos textos busca la esencia de lo intemporal.
Su estilo rompe con la estética realista y con la novela tradicional por la ausencia de un hilo narrativo. Se trata de un discurso fragmentario que se relaciona con el deseo de Azorín de anular el tiempo y la acción. Hay, por tanto, un predominio de lo descriptivo y discursivo donde las fronteras entre novela y ensayo desdibujan. Es una prosa SENCILLA, caracterizada por el párrafo breve.
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VALLE-INCLÁN comienza publicando algunos libros de cuentos y
relatos (“Femeninas”, con
influjo francés y del italiano D’Annuzio, “Epitalamio”,
“Jardín umbrío”, “Flor de santidad”, de semejantes
características). Son libros en los que se mezcla lo patriarcal y lo popular,
lo legendario y lo realista. En esta PRIMERA ETAPA la obre cumbre de sus
cuatros “Sonatas” (1902-1905),
donde se exalta un mundo decadente con una mirada nostálgica y distanciada. Es
una prosa rítmica, refinada, rica en efecto sensoriales. Por su estilo
modernista suponen para la prox española lo que la obra de Rubén supuso para la
poesía. El protagonista de estas cuatros novelas es el “Marqués de Bradomin”, “un don Juan feo, católico y
sentimental”.
Viene una SEGUNDA ETAPA que marca una evolución estilística representada por la trilogía de novelas “La guerra carlista” (1908-1909) formada por “Los cruzados de la Causa”, “El resplandor de la hoguera” y “Gerifalte de antaño”. En tales novelas se mezclan resabios modernista y un lenguaje desgarrado y bronco, acentuado por la presencia de un léxico rústico. Llegamos así a 1920, fecha capital en la trayectoria del autor y donde la deformación esperpéntica constituye el rasgo fundamental del estilo de Valle. Por el esperpento desfilan personajes grotescos y marginales con una visión ácida y violentamente disconforme con la realidad. El autor se complace en degradarla. A este estilo pertenecen sus novelas de última época: “Tirano Bauderas”, sobre un supuesto dictador americano, considerado por algunos como la mejor novela española del S.XX y “El ruedo ibérico”, trilogía constituida por las novelas “La corte de los milagros” (1927), “Viva mi dueño” (1928) y “Baza de espadas” (1932). Con esta novela se anticipa el autor a la novela de personaje colectivo. En estas novelas, de trazos esperpénticos, el estilo es desgarrado y agrio, aun en su humor, da intensa fuerza crítica. No se detiene ante las notas más repulsivas para acentuar lo deforme o lo absurdo. Es, sin embargo, una prosa de cuidada elaboración, auténticamente genial.
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UNAMUNO muestra a lo largo de su vida un interés por la
NOVELA. Su primera novela es “Paz en
la guerra” (1897) que relata con una técnica realista el cerco carlista
a la ciudad de Bilbao, donde incluye numerosos elementos autobiográficos. En
1902 aparece “Amor y pedagogía”,
novela que rompe con las formas de narración tradicionales y se aproxima al
género del ensayo. Gran parte de la crítica no la consideró como una autentica
novela. Por eso, Unamuno utiliza para sus relatos posteriores el subtítulo de
“nivola” que se aplica en primer lugar a “Niebla”,
novela en la que el autor se convierte en personaje de ficción. Otras novelas
suyas son “Abel Sánchez”
(1917), “La tía Tula” (1921) y
“San Manuel Bueno, mártir”
(1930) donde cuenta la historia de un cura de pueblo que ha perdido la fe pero
que, aparentando tenerla, desarrolla una actividad vivísima para sus
feligreses.
Las novelas de Unamuno rompen con la estética realista y juega con las técnicas narrativas, la estructura del relato y la concepción de los personajes de las que le interesa su interioridad. De ahí la importancia de los monólogos y diálogos. Es también costumbre de Unamuno exigir la participación del lector proponiéndole interpretaciones contradictorias. Las novelas se convierten así en un juego intelectual.
Otros rasgos definitivos de las novelas de Unamuno son las concentración de la acción y la ausencia de descripción, salvo la de carácter simbólico, lo que interesa no es el escenario realista sino el desarrollo de los conflictos íntimos de los personajes. Por eso, el espacio y el tiempo externos suelen ser imprecisos y lo que interesa es el tiempo vivido en el ámbito de la inocencia.
Unamuno también fue uno de los principales ensayistas: analiza la decadencia de España en “Entorno al casticismo”, ensayo en el que acuña el concepto de “intrahistoria”. En otros ensayos (“Del sentimiento trágico de la vida”, “La agonía del cristianismo”) expone sus preocupaciones ético-religiosas y manifiesta su desencanto con la razón ilustrada. En este campo son tres las ideas básicas: el miedo a la muerte, la necesidad de creer en un Dios que garantice la inmortalidad personal y la certeza racional de que tal Dios no existe, lo cual produce un “agónico estado de desesperación”.
Frente a este Unamuno “agónico” encontramos en otros ensayos un Unamuno contemplativo (“Por tierras de Portugal y España”, “Andanzas y visiones españolas”) que aspira a detener el tiempo y abolir la historia.